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Libros de ayer y hoy
Mi nombre es Yo Soy
III Domingo de Cuaresma
Mons. Enrique Díaz
Obispo Auxiliar
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Éxodo 3, 1-8. 13-15: Yo-soy, me envía a ustedes
Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso
I Corintios 10, 1-6. 10-12: La vida del pueblo escogido, con Moisés, en el desierto, es una advertencia para nosotros
San Lucas 13, 1-9: Si no se convierten, perecerán de manera semejante
Una imagen de Dios
Es una jovencita todavía pero ha tenido ya la oportunidad de estudios y preparación no muy comunes en la comunidad. Ahora es la responsable de un nuevo centro ecoturístico que se desarrolla a las márgenes de un bellísimo río. Mientras contemplamos la belleza de las aguas verde turquesa y de las garzas que dibujan sus senderos, conversamos de los planes y de las formas de publicidad. En un momento, sabiendo que en su comunidad hay muy diversos grupos cristianos, le pregunto cuál es la religión que profesa. Su respuesta, tranquila pero con un poco de añoranza, es contundente: Prefiero no tener ninguna religión. En la comunidad las religiones sólo han causado divisiones, así que no tengo más dios que mi persona y trato de vivir en paz. Llegan nuevos visitantes y no es posible continuar la conversación, pero se me queda clavada en el corazón esa especie de añoranza y la certeza de que Dios le estorba para vivir plenamente, cuando Dios es el Dios de la vida, de la unión, de la comunidad y de la paz.
¿Un Dios terrible?
¿Alejarse de Dios o alejarse de las falsas imágenes de Dios que hemos ido creando y que deforman? Ya decía un gran autor que no hay cosa más nefasta que una mala imagen de Dios. Detrás de muchos conflictos humanos, psicológicos, interraciales o culturales, subyace un problema de una concepción deformada de Dios. Las lecturas de este día parecen encaminarse a clarificar esa imagen de Dios que Cristo quiere proponer para cada uno de nosotros. Se tiene que enfrentar a toda una tradición que mira a Dios como el terrible castigador, como un dios opresor que está atento a las desviaciones humanas, para infligir crueles castigos. Así suenan acusadoras las sugerencias de aquellos hombres que piensan que algún mal horrible debieron cometer quienes reciben la muerte por orden de Pilato. Es la imagen que ellos se hacen de Dios y es la imagen deformada que todavía hoy podemos constatar. La imagen de Dios no es siempre un elemento que nos eleve, que nos inspire, que nos libere. En torno a ella se dan un cúmulo de miedos, terrores, represiones e injusticias. No siempre es Dios una fuerza que desate nudos, que deshaga enredos, que eleve a las personas por encima de las miserias existenciales y cotidianas. A menudo, las personas llevan la imagen de un dios como un carga muy pesada, casi insoportable, pero que no se puede tirar porque ocurrirían graves desagracias. ¿Es esta la imagen que viene a revelarnos Jesús de nuestro Padre Dios?
El rostro del Padre
De ninguna manera es la imagen que nos ofrece Jesús, y este domingo las lecturas nos proponen un camino para descubrir que esas imágenes de Dios no son el Dios que Jesús nos enseña, al cual nos acerca, sino sus deformaciones. Como si ahora nos invitara Jesús a dejar que Dios sea Dios y no las ideas que nosotros nos hemos hecho de Él. Las preguntas que le hacen sus discípulos, son un eco de lo que nosotros en nuestro tiempo seguimos pensando. Tanto cuando juzgamos a los demás como cuando nos juzgamos a nosotros mismos, descubrimos cuál es la imagen que tenemos de Dios y cómo percibimos a Dios en nuestras vidas. Es interesante cómo los discípulos leen los acontecimientos y cómo el mismo Jesús lee los acontecimientos. De hecho podremos aprender del texto de hoy a escuchar la voz de Dios en cada uno de los acontecimientos. Pero la conclusión que sacan los primeros y la imagen que tienen de Dios, es equivocada. Tienen el concepto de un Dios vengador, policía, atento a los errores de los hombres para precipitarlos en su propia ruina por ser pecadores. Todo lo contrario nos dice Jesús: Dios es un Dios de misericordia, que siempre nos espera, que nos ama a pesar de nuestros errores y desvíos. Cuando sintamos ese amor incondicional de Dios, porque somos pecadores, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. ¡Qué diferente convertirse por amor y convertirse por temor y con temor! Tener una mala imagen de Dios es una enfermedad que daña el espíritu, hace daño al cuerpo y a la mente. Tenemos que disponernos a vivir la experiencia del Dios que nos presenta Jesús. De ello depende el respeto y el amor a Dios, el respeto y el amor a nosotros mismos y a nuestro prójimo. El ídolo del miedo es la imagen de Dios más extendida y que puede causarnos más daño. Jesús siempre habla de la misericordia, del amor sin límites y de las entrañas del Padre.
He escuchado los gritos de mi pueblo
Otra imagen de Dios que con frecuencia nos daña es considerarlo como un ser sediento de sacrificios, que quisiera el dolor de las personas y que se solaza en el sufrimiento humano. La teofanía, que nos ofrece el libro del Éxodo, nos presenta a un Dios muy cercano a su pueblo, que escucha sus gritos de dolor y que se compromete en su liberación. Cuando hay tragedias, con frecuencia nos preguntamos: y en estos momentos ¿dónde estaba Dios? Dios está en el dolor de los hombres porque es radicalmente solidario, es su fuente y su fundamento. Es la raíz de su nombre: El que es, El que está cercano y siempre presente con los hombres que ama. Y su solidaridad es eficaz e inteligente, por eso pide a Moisés acciones concretas y liberadoras. Por eso exige tener los ojos atentos a las causas sociales, a las estructuras destructoras, a las injusticias y al sufrimiento de los pequeños. No basta una solidaridad de lástima y compasión, será siempre necesaria la solidaridad que transforma y cambia. Y Dios está en el centro de esta transformación pero no es un Dios providencialista que nos soluciona todos los problemas, sino que coloca en nuestros hombros la responsabilidad de construir ese mundo nuevo. La solidaridad de Dios cuenta con la solidaridad humana y nos ofrece una tarea a todos. Todos podemos colaborar para quitar las esclavitudes e injusticias de nuestro mundo. Dios nos acompaña, nos sostiene y nos hace descubrir que es posible ese mundo de libertad, lejos de las cadenas de Egipto. Jesús, su hijo, se hace carne para vivir esa solidaridad con nosotros y para mostrarnos el camino de la verdadera libertad.
Dios es amor y quiere envolvernos en su amor, invitándonos a acoger y a hacer crecer su fuerza creadora y solidaria. Jesús, en especial en este tiempo de cuaresma, nos invita a creer en este amor inmenso de Dios, a dejarnos envolver en su misericordia y refugiarnos en sus entrañas de Padre. Convertirnos es la tarea de la cuaresma, pero convertirnos sosteniéndonos en el amor entrañable de nuestro Dios. ¿Cuál es la imagen de Dios que a mí me hace actuar: le temo como a juez, o lo amo como a Padre? ¿Cómo voy a vivir una verdadera conversión?
Señor, padre amoroso y lleno de misericordia, cuya bondad supera nuestros pecados, concédenos en esta cuaresma una verdadera conversión y un cambio de corazón, que nos lleven a dar los frutos de justicia, amor y paz que tu Hijo Jesús vino a enseñarnos. Amén.
ADJUNTO TRADUCCIÓN EN: P ÙRHEPECHA, CH`OL, TOJOLABAL Y TSELTAL
LEM. Claudia Corroy
[email protected]
Cel: 044 9671309465
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